Recordáis la primera sonrisa de un bebé, generalmente llega a los pocos días de nacer, o incluso el mismo día, en el caso de mis dos hijos, llegó el día de su nacimiento, para mi fue... maravilloso, como si se alegraran de verme, algo que hincha el corazón de una madre de una forma que solo ella sabe, aunque claro siempre llega el médico simpático o la enfermera de turno para quitarle la magia y soltar "es solo un reflejo", ¡que ganas de romper ese momento!, aunque yo creo que por más que te digan y aunque sepas que es verdad, ese instante es único, y convierte en únicas las sucesivas sonrisas, las que pasan de ser reflejos a atisbo de muecas, las que pasan de muecas a sonrisas verdaderas y las que pasan de sonrisas a las primeras carcajadas, esas carcajadas musicales, que te emocionan, que te arrancan otra a ti y que, como buena sentimental que soy, en mi caso unas lágrimas.
La primera carcajada del mayor, sonora y limpia, fue en octubre de 2005, en un viaje a Málaga, después del baño diario, estábamos sus tíos, su papi y yo y fueron unos minutos geniales.
Con el pequeño, fue hace más de un mes, pero ayer tuvimos uno de esos momentos íntimos que solo una madre tiene con su hijo, uno de esos ratitos, en los que no importa nada, ni los quehaceres diarios, ni si alguien te escucha, ni si estás haciendo el ridículo, una de esas oportunidades en los que te lanzas a una conversación de gugu-tata que te embriaga, por que cada gesto que haces desencadena una carcajada mayor, uno de esos segundos que se te quedan grabados a fuego y que sirven de aliento en el futuro...