Esta semana y en vistas de que en la hamaca mi bebé ya no estaba cómodo (es muy grande), empezamos a sentarlo en la trona, con lo que su integración a la vida familiar a la hora de comer es total.
Ya sabéis que llevo días intentando aparcar un poquito los biberones, aunque mi enano se niega rotundamente, lo cual me frustra bastante, por que al mayor no le costó nada. La frustración no viene por que no quiera comer sólidos, algo que puedo llegar a entender, la frustración viene por que mira con cara de deseo todo lo que comemos, de tal forma que como muy rápido para no sentirme culpable de que yo pueda y él no.
Esta noche aprovechando que éramos muchos en casa, cenábamos mis padres, mi hermano, mi cuñada y nosotros, el peque ya se puso un poquito impertinente, esto generó una onda expansiva de culpabilidad en todos los presentes, pero claro yo puedo comer rápido, que para eso soy la madre de la criatura, pero no puedo obligar al resto de comensales a cenar como si les fuese la vida en ello. El primer intento de calmar su apetito con un biberón acabó en un aumento de su berrinche, que ¡oye! tiene cinco meses pero no es tonto y lo que estaba en el biberón no se parecía en nada a lo que había en la mesa, así que recordamos que con el mayor, el pediatra nos dijo que podíamos probar a ofrecerle galletas de Inca (algo muy típico de Mallorca), así que le acercamos una, a ver que pasaba, ¡jamás he visto disfrutar tanto a mi hijo!, le faltaban manos y boca para comérsela, y pobre del que se atreviera a quitársela, mi hijo que no llora, montaba en cólera, así que nada, mañana volveremos a retomar otro tipo de alimentos más sólidos por si las galletas han abierto la veda por fin.
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